Hoy he llegado al absurdo de los absurdos y, finalmente el sentido común ganó la partida. O dicho de otro modo, me he dado cuenta de que estaba haciendo las cosas mal por reducción al absurdo:
Hace pocos meses que me he pasado a réflex comprándome un modesto, a la par que excelente, equipo: Nikon D40 + Sigma 18-200. No soy profesional, sino medio aficionado. Llevo escasamente 6000 disparos con esta cámara que poseo desde principios de Junio.
Desde el primer día estoy encantado y satisfecho de haberme pasado a réflex y tengo la completa sensación de haber acertado. Por otro lado, últimamente, entre que busco qué equipo comprarme y que siempre me gustó la fotografía, me vuelvo a enganchar a este foro y, de paso, a un sinnúmero de webs relacionadas con el tema.
Lo que no me había dado cuenta (ya sé que esto dicho ahora suena ridículo, por obvio) es que Internet está plagado de publicidad (activa o pasiva, voluntaria o involuntaria) y que esa publicidad me afecta a mi también.
En su día me compré el 18-200 porque era un todoterreno y porque no quería cambiar lentes. Me compré una Nikon de gama baja y casi descatalogada y un objetivo "no Nikkor" convencido de que sería el uso que yo le diera al equipo y no la excelencia del mismo, lo que me traería buenas fotos ¡Y estoy encantado con mi equipo y nuestros resultados!
Sin embargo, ya al poco de comprar la cámara y el 18-200, me llamó la atención la gama de ultra-angulares, como el Tokina 12-24. De llamarme la atención, pasó a interesarme y, pronto, me encontré mirando precios ¿¡Pero no ero yo el que decía que no necesitaba más equipo que el que tenía!?
Muy poco después, empecé a mirar objetivos Nikon de 50mm de gran luminosidad, aunque fuesen manuales (1.8D o 1.4). Le contaba a mi pareja que iba a buscar alguna oportunidad en un 50mm de estos de segunda mano.
Lo realmente estúpido llegó cuando me di cuenta de que, realmente, nunca me atrevería a sólo llevar puesto ese 50mm 1.4 (por muy luminoso que sea), porque la flexibilidad del 18-200 no la puedo conseguir con ninguna otra cosa, y perdería muchas fotos cambiando objetivos (o por no cambiarlos, ya sea por pereza o por falta de velocidad). Así que, finalmente, hoy me encontré a mi mismo mirando los precios del 18-200 de Nikkor, es decir, lo mismo que tengo, pero con estabilizador de imagen y un punto de velocidad más rápido (5.6 vs 6.3). Es decir, estaba mirando precios de, en la práctica ¡¡exactamente lo mismo que ya tengo!!
¿¡Qué sentido tiene!? ¿¡Estamos todos locos!? (Esto lo digo por mi ¿eh?)
Querría un 400VR, querría un Tokina 12-24, querría un Nikon 50mm 1.4, querría una D700 y querría un Nikkor 18-200 VR y no querría llevar más que uno conmigo de cada vez, a lo sumo uno puesto y otro pequeño en la mochila.
Lo mire por donde lo mire, no hay por dónde cogerlo. He sido víctima de la publicidad de internet y he mostrado una falta de entereza digna de un pelele.
Pensando fríamente, me doy cuenta de que quizás el Tokina 12-24 (o similar) sí me aporte algo más a lo que ya tengo, pero ¿son sustancialmente mejores un 400VR, un Nikon 50mm 1.4 una D700 y un Nikkor 18-200VR que lo que ya tengo? La respuesta es sencilla: No, padre. No lo son.
Son, fundamentalmente, lo mismo y yo realmente creía que si los tenía iba a ser más feliz...
No me gusto cuando me descubro semejantes flaquezas. Internet es una fuente de publicidad poderosísima y yo caigo inmediatamente como un gilimemo.
He decidido que, si me gusta el Tokina, es legítimo que lo busque y lo consiga. Pero con esfuerzo previo.
No me voy a morir por no tener ese objetivo durante un tiempo. Así que, aunque pudiera pagarlo a tocateja mañana mismo, voy a ahorrar para él, a razón de 50€ al mes. Lo que sale a unos ocho meses ahorrando. Bajo ningún concepto voy a comprarme ese objetivo (o similar) antes de seis meses.
Creo que, a estas alturas, ya he mirado todo lo habido y por haber en el mundo del consumismo fotográfico ¡No me voy a perder nada importante por ponerle un pequeño freno a mi desbocado y compulsivo ímpetu consumista!
Vamos a ser razonables y sensatos. Vamos a buscar la paz interior por la vía de hacer las cosas bien y no a base de acallar el deseo de, literal y simplemente, "tener la posibilidad de hacer cierto tipo de fotos con algo más de facilidad" que no el de "haber hecho unas cuantas fotos estupendas", que sería mucho más legítimo, por ejemplo; y que, por otra parte, ya puedo trabajar para cumplirlo con el equipo que tengo.
Para cumplir un deseo hay que trabajar, hay que esforzarse y poner fuerza de voluntad. Todo deseo que no implique trabajo personal no llena, no sirve, no enseña, no aporta. Pasa sin pena ni gloria y se olvida en el mismo instante en el que se satisface. A veces, incluso antes. A veces basta saber que vamos de camino a la tienda con la tarjeta de crédito en la mano, para que el artículo que vamos a adquirir ya no nos interese especialmente. Es muy fuerte, y a la vez muy cierto esto.
Pero cuando un deseo se suda, también se disfruta. Hay quien dice que "la espera del placer ya es placer en sí misma". Y tiene razón. Pero es que además, el esfuerzo se recuerda con orgullo y le aporta a uno el valor de saber que se es fuerte. Y cuando uno se sabe fuerte es invencible. Y cuando uno es invencible se convierte en un ganador. Y un ganador tiene todas las papeletas para ser feliz.
Por lo tanto, moraleja del día: Si quieres ser feliz, trabaja por tus deseos.